Nacen amapolas en el vertedero

como gotas de sangre sobre los restos 
  de los derribos

el coste inesperado de la destrucción
  abanderando vestigios de quizá felicidad 

el trofeo de consolación a los llantos
  vertidos frente a la casa en ruinas


Las atisbé en el estercolero

y me acerqué a aspirar su rojo aroma
  imaginado

pero solo advertí el hedor de los cadáveres
  de sus hermanos

y de los míos


Florecen en la cuna ácida de la basura

tan cerca de los contenedores como 
  del parque ajazminado

no entienden de clases ni de estratos

me ofrecen con sigilo el punto de locura 
  que preciso

para vivir del otro lado

Airear el corazón

Barrer las cenizas de la hoguera del invierno

Abrir las ventanas del hogar de nuestros padres

Entornar la puerta a los afectos

Enjugar los linos ancestrales

Inspirar profundamente

Acoger el tibio aire

Sumergirse en brisa helada que confunde

lágrimas y lluvia

Pertenecer al mundo

Conquistar el núcleo rojo y palpitante,

ensimismado

Empujarlo suavemente hacia la calle

y ventilarlo